miércoles, 21 de diciembre de 2016

Bolboton


Déjame contarte un poco de mi historia, toma asiento y lee con cuidado. Debo advertirte que no es una historia heroica pues no soy más que un simple gnomo que dedicó gran parte de sus días a engarzar joyas.

Mi nombre es Bolboton, nacía hace ya varios años y como muchos de los de mi especie me dediqué por gracia de mi padre a trabajar las joyas. Soy bueno en ello, mis joyas han viajado por pueblos y reinos y he recibido grandes elogios por mi trabajo. Sin embargo me sentí vacío durante mucho tiempo pues soy, ante todo, un ser curioso, un ser con infinitas ansias de conocimiento, un individuo que de no haber sido por el fuerte mandato paternal seguramente se hubiera dado a la aventura desde muchísimo antes.

Un buen día llegó a nuestro comercio una extraña dama, extraña al menos para aquel sitio pues vestía las más vulgares de las prendas, una túnica descolorida y raída cubría su cuerpo y una capa que supo ser roja, se abrochaba a sus hombros. De su cinturón pendían tres pequeñas bolsas y, pese a que caminaba con total naturalidad, se posaba sobre un robusto báculo confeccionado en madera de rosal. Aquel detalle llamó la atención, la mujer parecía andrajosa y seguramente hubiese sido echada a patadas si mi padre hubiese estado presente, pero él había enfermado y yo llevaba adelante el comercio.

La saludé con cortesía y me sonrío con agradecimiento, al hablar con ella pude notar que me encontraba ante una mujer culta y sabia y me di cuenta que sus ropajes eran bien una elección, bien una contrariedad temporal. Su nombre era extraño, Rosafurtiva, dijo y me contó que se quedaría un tiempo en el poblado mientras reponía fuerzas para un largo viaje. Me dijo también que necesitaba preparase para ella un anillo de plata con un cuarzo azul que debía tallar en forma de un nonaedro, y agregó que podía pagar con dinero pero que me daría algo que valdría más, dijo, me enseñaría el arte de grabar hechizos en objetos. Dudé, por supuesto que dudé, quería hacerlo, pero mi padre me había entrenado contra ladrones y estafadores, él decía podía olerlos a un kilómetro de distancia y seguro en aquel momento se retorció en su cama no presa de los dolores sino del aroma a timo que poblaba la tienda.

Tallar un nonaedro en un cuarzo azul no es tarea sencilla, es un arduo trabajo pues la roca cristalina suele astillarse allí donde el tallador no quiere, sin embargo mis manos eran hábiles y con tiempo y paciencia podría sin dudas cumplir con el trabajo. Como todo comerciante realicé una contra oferta. Le dije a la mujer que podría venir a mi taller y adiestrarme mientras trabajaba, así, al momento de terminar su joya, el pago estaría realizado. Rio con verdadera gracia y me dijo burlonamente que nueve años eran demasiados para tallar una joya pero no para aprender a encantarla. En ese entonces no lo entendí y sonreí para ocultar mi desconcierto, Rosafurtiva aceptó y a partir de aquel día llegó puntual a mi taller con libros y pergaminos que gracias a mi educación fui capaz de leer. Fue así, a través de la lectura, que descubrí mi cliente no era una mujer más sino una capaz urdir las artes de la magia y durante nueve años, uno por cada faceta de la joya que adornaba el anillo, me instruyó en el arte de depositar una porción de mi alma en un objeto. Durante nueve años trabajé en aquel anillo y al final, cuando fui capaz de transferir el hechizo ella me lo devolvió.

Nueve días después de cumplirse el noveno año mi padre finalmente murió, mi madre lo hizo tres días después y desorientado y perdido como estaba en cuanto me enteré que Rosafurtiva abandonaría el pueblo, decidí unirme a ella en sus aventuras dejando la tienda en manos de mi hermana y su marido. Insistió en que llevara herramientas de joyero y me instruyó para crear lo que fue mi primera varita mágica. Me contó que el mundo no era tan seguro como mi tienda y que necesitaría aprender a defenderme. Durante aquellos años nos habíamos convertido en buenos amigos y había llegado a sentir por ella un afecto entrañable y fraternal. Fue durante el nonagésimo noveno día de nuestro viaje que perdimos contacto. Algo atacó nuestra caravana, pude escucharla gritar y esgrimir su arte, intenté ayudarla pero nuestro carro se volcó y una pesada caja cayó sobre mí dejándome inconsciente. Nuca supe cuanto tiempo pasé allí pero al recobrar la conciencia la sangre en mi cabeza se había secado, mi varita se había roto Rosafurtiva ya no estaba. De los caballos que tiraban del carro sólo uno vivía y del resto de la caravana no quedaba más que dos hombres demasiado jóvenes para luchar con vida. –Marcharon hacia el frente de las Bestias- me dijeron cuando pregunté por los sobrevivientes, del restó conocía su paradero pues se hallaban semienterrados en el barro que nos rodeaba. Así, presa de la preocupación escribí este pergamino y se los entregué con la esperanza de que llegue a tus manos. Querida hermana, sabes ahora más de lo que sabías de mí y si la suerte así lo quiere sabrás aún cuando pueda volver a escribir. Ahora debo ponerme en movimiento, debo llegar hasta el frente de las Bestias sea esto lo que quiera ser y reunirme con Rosafurtiva.

Cuida del negocio y no dejes que los primos se hagan con él, sabes bien que hay buen material entre ellos, pero también las más ponzoñosas criaturas.