He cometido una gran injusticia, dejé al capitán Lawrence muriendo de frío, heroico por el sacrificio altruista al que se entregó, pero con su gesta incompleta. El capitán, como tantos otros, es un heraldo de la Dama Blanca, y como tal, dotado de los dones del Espíritu y por ende capaz de obrar milagros cuando la necesidad es grande. Es por eso que Mikael Lawrence no podía limitarse a morir de frío antes de ingresar al Páramo, no, tenía que asegurar la supervivencia de los suyos o, al menos, conseguirles tanto tiempo como fuera posible.
Mikael Lawrence había dejado el campamento de madrugada y, tras asegurarse de no poder ser rastreado, emprendió la marcha en sentido opuesto para cazar a sus cazadores. Sus piernas entumecidas no le permitían avanzar de prisa, pero tampoco lo necesitaba. Había pensado en usar los Dones para recuperar temporalmente la movilidad de sus piernas aunque descartó la idea casi de inmediato por el mismo motivo que lo había hecho anteriormente. El enemigo tenía Sintientes entre sus rastreadores y hacer uso de sus Dones revelaría su posición. No, aún no era momento de dejarse ver. Lawrence conocía la zona, había cazado allí durante años y eso le otorgaba una gran ventaja.
El invierno había comenzado hacía ya un buen tiempo, el frío había sido mucho mayor que otros años, tanto era así que el lago se había congelado antes de tiempo y la capa de hielo era bastante más ancha que de costumbre. Fue por esa razón que había ordenado el escape por aquella ruta, bordear el lago por los caminos sumaría muchos días a su marcha, en el lago no tendrían refugio, pero llegarían mucho antes a tierras amigas. Por supuesto no eran esas las únicas razones, Lawrence siempre preveía, era aquella cualidad la que le había permitido salir adelante una y otra vez en las condiciones más adversas, el capitán había tenido en cuenta la ventaja táctica que podía ofrecerle a la Vieja Guardia, en caso de tener que combatir, encontrarse sobre aquella superficie. Los suyos no había abandonado el hielo todavía, pero lo harían a tiempo, tendrían que hacerlo a tiempo.
Esperó una noche más soportando el cruento frío arropado tan sólo con su capa y una manta de lana vieja y manchada y entonces decidió que ya era tiempo de revelar su posición. Con el aliento helado intentó ponerse de pie, clavó su espada en el hielo pero sus piernas fallaron y cayó de bruces, bufó molesto e invocó su poder para sanar sus piernas. Se incorporó como si nada hubiese pasado y se preparó. El enemigo lo había sentido, pudo escuchar los cuernos y los tambores, se acercaban por el estrecho y aparecerían delante de él en apenas segundos. Quince flechas en su carcaj para cuando estuvieran lejos, una espada y un escudo para cuando llegasen a él. Inspiró el helado aire profundamente, cerró los ojos y se concentró mientras decidía cuál sería la mejor estrategia. Golpear con fuerza y velocidad provocaría desconcierto y alguna desbandada, quizás incluso una retirada temporal, pero lo desgastaría y no llegaría recuperarse a tiempo. Simular debilidad estimularía a la tropa enemiga, sabían que poseía Dones, pero no conocerían su verdadero poder hasta que fuese demasiado tarde. Abrió los ojos y esperó a que sus enemigos llegaran.
Gnolls, humanoides perrunos, heinescas criaturas, honorables guerreros corrompidos que se habían unido a las tropas del enemigo. El carcaj se hallaba atado a su pierna izquierda, dirigió su mano diestra hacia él, tomó una flecha y tensó el arco mientras su ojo buscaba al primer objetivo. Su visión se alteró y ya no percibió las formas sino que buscó las alteraciones vibratorias propias de los usuarios del Don. La llamaban visión verdadera y eran pocos los que contaban con ella. Acabaría primero con los magos.
La saeta se movió propulsada por el destensar de la cuerda y antes de que diera en el blanco otras dos habían sido disparadas. Pudo contar diez magos y cinco heraldos, tenía una flecha para cada uno comprobando otra vez que la causalidad era lo único que regía sus vidas. Quince segundos, quince muertos en el ejército rival, ya no había magos ni usuarios de la magia entre ellos, marcó su arco, su espada y su escudo, llegarían a su hija cuando él cayera, y se preparó para el combate cuerpo a cuerpo. Era rápido y más cuando se potenciaba con los dones. Se movió internándose entre las filas enemigas, cortó bloqueó y volvió a cortar, había caído ya una treintena de enemigos, pero eran miles. Retrocedió, cedió terreno, llevó a sus enemigos al centro del lago, desde la orilla opuesta, la Vieja Guardia tardaría en entender qué era lo que sucedía en la blanca inmensidad que tenían a sus espaldas, se dejó flanquear, rodear y continuó peleando agotando sus energías, segando la vida de sus rivales. El filo rival encontró su brazo diestro a la altura del hombro, se había despojado de su armadura, la había dejado en el campamento pues no estaba en condiciones de cargar con ella, así que el impacto lo recibió su brazo y la sangre manó unos instantes hasta que la herida cerró producto de los Dones, se agotaba, se cansaba, no podría mantener aquello por mucho más tiempo. Clavó su espada en el hielo y un escudo invisible se extendió a su alrededor brindándole unos segundos de inmunidad, debía apresurarse, cerró sus ojos, debía activar las marcas.
El enemigo todavía no llega, nuestro capitán apenas ha curado sus piernas, graba el símbolo de la dama en distintas partes del hielo, se mueve rápido, veloz como siempre lo hizo y agrega una marca tras otra pues sabe las necesitará, será su golpe de gracia y lo dará antes de caer. Las marcas servirán de foco, le consumirán energía, lo sabe, pero ya ha aceptado su destino, no tiene esperanzas de salir airoso de esta batalla, sabe que caerá, la Dama lo espera, ha llegado la hora de combatir en el Páramo.
La energía que le quedaba se derramó hacia los símbolos que había marcado en el hielo, no los había colocado al azar, por el contrario cada uno jugaba un rol fundamental. Todo comenzó en los más cercanos a la orilla, no quería que sus enemigos tuvieran posibilidad alguna de retroceder. El hielo estalló por los aires dejando que el agua helada aislase a sus enemigos de la tierra firme. Como si se tratase de una sucesión de explosivos encadenados por una mecha invisible el resto de los símbolos estallaron también, uno a uno conformando un círculo que se tornaría mortal.
Su escudo comenzó a flaquear, había gastado más energía de la que esperaba, pero sus enemigos no aprovecharon la oportunidad, presas del pánico se distrajeron viendo volar el hielo y cuando volvieron a mirar hacia Lawrence este ya había erguido su espada nuevamente y tras mirar al cielo susurrando un nuevo pedido de perdón para su hija clavo la hoja en el agua congelada, expulsó los últimos fragmentos de energía que había en él y se sumió en la inconsciencia mientras el hielo se desgarraba bajo su cuerpo y las heladas aguas del lago reclamaban su cuerpo desvanecido.
Pasarían años hasta que Alina recuperase las armas de su padre, hasta que formase parte de la Vieja Guardia y hasta que se convirtiera ella misma en el nuevo capitán Lawrence, pero Mikael se hallaba ahora en un lugar donde el tiempo no existía, o al menos no como los hombres lo conciben, ingresaba en el Páramo guiado por la Dama, sonriente pues podía ver el futuro que había contribuido a conformar para su hija y amigos
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